Dardo estaba preocupado por el susto que Puchero había mostrado. Cuando se despidió de él le dijo: “hubiéramos tenido más suerte si Locami se metía, él seguro reconocía al caballo de Gengis Kahn”. Pero la que venía después era Simona. Dardo se tranquilizó pensando que si veía otra vez caballos, tal vez Simona se entusiasmaba buscando al de su vaquero de Far West Story, su película favorita.
Cuando llegó Simona, quiso saber cómo les había ido. Dardo le contestó:
-Bien, pero tenemos que hacer algunos cambios. Le falta algo a la heladera para que funcione mejor.
-¿Qué le falta?
-Más carne.
Dardo pensó que cargando el freezer con mayor cantidad de vacío, la experiencia iba a ser más clara y precisa. Fue entonces hasta la mesa adonde estaban los tubos de ensayo. Allí había dejado también los platos con vacío que no se habían terminado de servir en la fiesta de Rodón (la madre siempre tan exagerada, había calculado de más). Esa carne Dardo la había quitado de la heladera para poder entrar con otro niño en ese espacio. Por eso procedió a cargar el freezer con aquellas sobras de vacío.
Esta vez, las sacudidas fueron más fuertes. Dardo se emocionó y miró a Simona, que por suerte no mostraba el temor de Puchero de hacía un rato.
Entraron ambos sin problemas y, tras unos segundos, al cesar los movimientos, abrieron. Estaban en el campito y era de día. Dardo lo festejó con un “¡Sí!” que su amiga no entendió.
Para ella era el mismo día normal, a la misma hora, y lo único raro era que habían accedido desde la casa de Dardo al campito por algún pasadizo. Caminaron y Dardo se fijó si todo estaba como siempre. Miró los arcos de fútbol, y allí estaban. Fueron caminando hacia allí y Simona parecía desanimarse porque la escena era del mismo lugar vacío en el que habían estado hasta un rato antes nomás.
Ya llegando al arco, sintieron la presencia de alguien detrás.
-¡Miren quién volvió! -exclamó el oso Cardo.
-¡Oso querido! -contestó Dardo.
-¿Practicamos más penales?
Dardo sintió la mirada extrañada de Simona, y decidió preguntarle.
-Me encantaría. Pero quiero preguntarte algo, por más raro que parezca.
-Adelante, pequeñín.
-¿No viste unos caballos por aquí? -deslizó Dardo.
-No, no. Por aquí no hay nadie, por eso vengo a esta hora a entrenar.
-Además no se permite andar a caballo por aquí -señaló Simona frustrada.
-¿Entonces tampoco viste al vaquero con un pañuelo en la cara? -disparó Dardo su pregunta.
El oso Cardo se encogió de hombros mientras hacía jueguito con su pierna izquierda y una pelota muy particular. Le dio la sensación a Dardo que la pelota tenía impresa la cara de Gengis Kahn, pero la esfera subía y bajaba muy rápido del botín del oso como para darse cuenta.
-En Atlético Cambalacho hay caballos -respondió de pronto el oso -. Pero no creo que los dejen salir a pastar por acá. Bueno, vamos a patear penales ¿o no?.
De repente Simona se entusiasmó. Quizás porque este jugador, a quien sólo conocía de nombre, le había dicho que había caballos en algún lugar cercano. O tal vez porque a ella le gustaba también el fútbol, particularmente atajar.
Ante los primeros tiros del oso Cardo, Simona se arrojó hacia los costados sin importarle caer fuerte sobre el pasto. Y el oso la felicitó, prometiéndole que si venía a buscarlo a Atlético Cambalacho le presentaría al cuidador de los caballos de carrera que tienen en un establo al fondo.