Dardo quitó algunos tubos de ensayo que tenía dentro de la heladera y los dejó sobre la mesada. Puchero estaba entusiasmado y no le preguntó por esos tubos de vidrio. Todo le parecía interesante. Se alistó a entrar con Dardo dándole la mano y… una vez adentro, la heladera se cerró de golpe.
Tras unas sacudidas en la oscuridad, Dardo pateó la puerta desde dentro. Cuando abrieron los ojos, estaban en el campito. Pero era de noche. Y además había algo diferente en ese parque que tenían en el vecindario y que tan bien conocían. Los arcos de fútbol no estaban y Puchero, tan fanático como siempre, fue el primero en advertirlo. Dardo no se había dado cuenta por la poca iluminación y además no se veía del todo porque había una polvareda que flotaba en el aire, y bastante ruido. Tardaron un poco en darse cuenta de que había caballos que estaban corriendo una carrera en el campito de fútbol. Iban tan rápido que no sabían si acercarse.
De hecho, Puchero tenía más la idea de volverse. Dardo quería explorar, pero su amigo lo tomaba de nuevo de la mano. Estaba buscando la heladera, pero ésta no aparecía a la vista.
De golpe, un caballo muy gordo se desvió de la carrera y vino hasta ellos. Dardo lo reconoció: era el elegante caballo de Gengis Kahn. El animal se agachó hasta poner su panza contra el pasto, invitándolos a subir. Cuando Dardo estaba por dar un paso adelante, notó que Puchero estaba quieto, sólo movía la cabeza de un lado al otro como diciendo que no. Al entender que su amigo estaba asustado, saludó al caballote y enfiló hacia su casa, que estaba del otro lado de la calle. Y Puchero, al ver que Dardo le tendía la mano, esta vez no se la dio. Comenzó a correr hasta la casa de su amigo.