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Este texto tiene como subtítulo nada menos que «complemento de la campaña de 1879».

Perla 1: Olascoaga dice que «las tierras fronterizas no formaban un desierto arábigo; lo yermo se cuida solo», en contraste con la concepción de desierto.

«La Pampa no fue en la antigüedad el país despoblado y salvaje que encontramos en 1879. No fue ni pudo serlo porque los admirables elementos de vida y progreso que muestra su naturaleza no pueden haber sido desconocidos ni desaprovechados por la enorme y aventurera plétora étnica del mundo antiguo”A la Invasión civilizadora que los incas practicaron con las tribus de la región, Olascoaga las califica aquí como “feliz precursión de europea que España no supo continuar, no quedó asimilada sino al Norte, desde Jujuy a Córdoba y al Cuyo. Se entiende que quedó bárbaro e inútil todo el resto del país al sur, porque allá no alcanzó la influencia incásica”

Luego hablará de la invasión incásica como prudente y lenta, a diferencia de otros procesos de conquista.

Perla 2: el ferrocarril hasta el atlántico, que conectaría las minas de la cordillera con un puerto patagónico sin pasar por Buenos Aires, no tenía ninguna probabilidad de llegar a concretarse. Lejos de esta realidad de progreso, todos los lugares que apunta Olascoaga en este texto hoy tienen relación con el desarrollo del turismo.

Olascoaga hará mención, en el primer capítulo de esta obra, a la enajenación como técnica de algunos hombres de gobierno: “A La Pampa le han arrebatado por un lado las vacas, y por el otro la historia”. ¿Cómo escuchar u orientar una exégesis de tamaña aseveración?

Una frase que echa luz sobre su vocación antropológica: “nada hay tan respetable como lo que no se conoce”. En este texto, Olascoaga realiza su delimitación final del enemigo: hay un peligro, que no está adentro, que no es el desierto. Se trata en realidad de la guerra, advenediza por la fragilidad del espacio de frontera.

Antes de leer la obra entera, algunos datos más.

Topografía andina es la obra que viene a revelar la intención acaso más íntima de Olascoaga en la Patagonia: llevar adelante el progreso y que éste funcionara como escudo de defensa. Pero generar un nuevo polo de centralización geográfica competiría con Buenos Aires, y de esa forma, también competiría con la mirada argentina permanente hacia Europa.

Sus argumentos parecen elocuentes aún en la distancia y se pueden sintetizar como sigue: si no se toma posesión de la Patagonia, ésta será enajenada por los vecinos. Es en esta zona austral del país donde se ha procedido con un “abandono casi inconsciente”.

Olascoaga se pone en marcha con la pluma para rescatar esa historia enajenada del territorio. De esta manera, persigue “rasgos del movimiento étnico en la topografía local”. Critica a su vez el término desierto argumentando la fertilidad de las tierras tanto como de los habitantes “indios y no indios”. Olascoaga todavía defiende la campaña del desierto y la endilga a la “buena voluntad de un hombre de gobierno”, aparentemente aludiendo a Roca. Ser culto e inteligente es lo que reclama Olascoaga para dichos gobiernos, con los que apenas coquetea ahora desde posiciones satelitales.

El autor procede a una descripción de las riquezas naturales de la zona cordillerana, revelando un auténtico manual de localización de tesoros para expedicionarios. Su intento de divulgación está orientado, en realidad, en la seducción de gobiernos –tanto argentinos como aventureros de ultramar.

En ningún momento olvida Olascoaga explicar el origen de la toponimia austral para hacer un análisis geográfico, aunque después pretende abolir ideas “populares” en pos de un saber homogéneo. Así y todo recupera historias tradicionales y leyendas como la de Tinguiririca (que en lengua nativa significa “los enanos”).

Incluso llega Olascoaga a proponer al Domuyo como una maravilla digna de la “visita de toda especie de touristas

Una secreta alquimia de paranoia sucede al hablar de la riqueza minera: advierte Olascoaga que se llevarán el oro y “piensan devolvérnoslo en plomo!”.


Acerca del arriendo a los chilenos de los campos patagónicos, el coronel expresa la lógica en términos sanitarios con precisión:

“La remuneración del arriendo, puede decirse obligado, se ha reducido para los alucinados descubridores y dueños, á una proporción homeopática. Hasta ve regir el principio fundamental del sistema de las pildoritas: curar por los mismos medios que han producido el mal…”

Hacia la mitad de la obra se produce una inflexión en su pensamiento, al inclinarse a una “geografía histórica y filológica” de la zona. Llega Olascoaga a lamentar las campañas contra los indios, quienes han sabido gobernar y nombrar el territorio. Manifiesta el grado de equivalencia entre exterminio a punta de rifle y el destierro.

Con estos escritos, otra vez Olascoaga recurrirá a medios dobles para hacer pesar sus ideas: si bien Topografía Andina es una obra de difusión pública, de la misma manera redactará una “Carta Confidencial” al gobierno con intenciones de subrayar los ítems y justificar los peligros que expone al pueblo en su libro. De allí se extrae la siguiente cita:

“No he olvidado nuestra formidable escuadra, ni dejado de pensar en el éxito con que ella podría operar en el Pacífico, obligando a la chilena a radicarse en la defensa de sus puertos… Y hay varios puertos chilenos en el sur, por ejemplo el Corral (Valdivia) que es intomable por mar, si se defiende; mientras que por tierra, una columna ligera, bajando de la cordillera, lo tomaría en cuatro días”.

La idea de atacar Chile es, según lo que esta carta vehiculiza, también una estrategia de defensa en caso que aquel ejército intentara alguna incursión trasandina.

Volviendo a Topografía Andina –topografía que sigue escondiendo en el título la intención de gobierno de Olascoaga- es posible observar que el remedio sigue siendo el del propio mal, la posesión por la que pugna con respecto a Chile es la misma que enajena a los indígenas. Su análisis económico sobre la caída del pago de los arriendos de los campos indica que algo no funciona con estas “pildoritas” que son las deudas que se pagan con deudas.

Por Federico Beines

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