En la vieja pugna del hombre por dominar a la naturaleza aparecen signos de cada época que se enfoque. La idea de viajar, paralela a la de sanear es una constante en las intenciones y escritos de Olascoaga. En el caso del tema del agua de la República, destacaremos el último capítulo de Aguas Perdidas. Mirar hacia la tierra no tiene sentido sin considerar la movilidad sobre ella y su estado general. Es decir, las tierras valiosas necesitan del cielo y del agua, más allá de la accesibilidad geográfica. Las distancias no significan un escollo en los proyectos de Olascoaga, que pretenden usar el ferrocarril y las canalizaciones en ríos para llegar hasta los confines.
La perspectiva geohistórica de Braudel se enfoca en un doble determinismo: la geografía determina los acontecimientos del hombre, quien a su vez puede determinar la geografía. Braudel halagó la Radiografía de la Pampa de Martínez Estrada, aunque no conoció los escritos de Olascoaga, donde en verdad parece estar en acto lo que él postula para la metodología a seguir en historia.
Si bien Olascoaga no contaba con la rápida evolución que luego tendría el mundo automotor, sus ideas de generar canales navegables siguen teniendo vigencia luego del boom de las carreteras. El autor dirá que el transporte masivo siempre será excesivamente caro para los pueblos que empiezan a desarrollarse, de manera que hay que buscar caminos que se muevan solos, como los ríos, para que puedan llevar a los que no tengan otra cosa que una canoa para moverse.
Olascoaga aprovecha este escrito para condenar el uso de la tierra que se hizo en la Patagonia posterior a la expedición al desierto. Habla que ésta tuvo éxito por la “descentralización” que impulsó y como fraccionó las tropas en el territorio. Pero que esa división no prosperó, ya que en la repartija la tierra quedó en manos de unos pocos. Cita los éjidos de Chos Malal, de Ñorquín y Codihue, que estaban en manos privadas lo cual “no se había visto desde el imperio de Mahamud en Persia”. Cita inmediatamente a Alberdi para afirmarse en la base de “gobernar es poblar”, criticando el progreso de los “centros”. Toma el tema de las Malvinas y dice “indudablemente nuestro pueblo no nació para ser conquistado”. Con mucho cuidado trata el tema de la deslealtad inglesa yendo tan atrás como a la amnistía después de las invasiones, en 1807. Pero ahora las posiciones de estas dos naciones son muy diferentes, y Olascoaga lo sabe. Será su propósito entonces competir con “adelantos”.
El perito en límites relata su experiencia en el Bermejo en este libro, así como en el semanario La Agricultura, en el que publicó, el 1 de enero de 1899, un artículo llamado “Pérdida de agua”. Resume allí su propio libro, quitando muchas opiniones, ahorrando datos de hidrografía puntuales y perdiendo las anécdotas. Sin embargo podemos introducir y concluir de la misma manera que lo hace el artículo, llamando la atención de esos “centros” apelando a cierto catastrofismo, que nunca se ausenta de su obra:
“¡Qué sorpresa tan terrible para nuestros grandes centros litorales de población, si llegara un día la noticia de que los ríos Paraná y Uruguay se han agotado en sus fuentes, que la navegación fluvial ha concluido, y que las aguas del Plata están saladas, por haber dominado y ocupado su nivel las del Atlántico!”.
Este inicio no es menos alentador que el del libro, que comienza con la frase: “Las aguas, precisamente, no se pierden”. Lo que Olascoaga demostrará enseguida es que no sólo las aguas no desaparecen sino que, para peor, pueden causar grandes desastres justamente cuando semejan haberse perdido o evaporado.
“La República Argentina, por la posición excepcional que tiene en el globo, único continente amplio que avanza sobre el hemisferio austral; que reúne entre los puntos extremos todos los climas hasta donde llega la exuberancia animal y vegetal, parece haber sido creada como el arca bíblica, para reunir todas las razas y todos los elementos activos de la creación”.
(…)
“Se repetirá aquí con creces el prodigio de población realizado en la República norteamericana apenas se abran las vías de transporte industriales que permitan florecer ricas poblaciones en los inconmensurables eriales lejanos donde hoy por simple ley de atavismo se sujeta una pobre familia sembrando lo indispensable para comer.”
(…)
“Realizarán ese prodigio los canales. Únicamente ellos nos devolverán enjutos y con renovadas fuerzas de nutrición, miles de leguas de campos revenidos y salitrales; ellos serán la profilaxia eficaz contra las pestes palúdicas, y ellos, en fin, reintegrarán al emporio agrícola las aguas perdidas. “
Olascoaga entiende que un gobernante debe edificar, razón por la cual halaga a Dardo Rocha, fundador de La Plata, siguiendo este pensamiento: aunque las construcciones luego sean inútiles como las pirámides egipcias, vale más que un gobernador que se dedica “a puras evoluciones políticas” que lo único que hacen es “desmoronar la moral de los pueblos”. La cuestión del agua es sinónimo de prevenir la formación de desiertos –un auténtico higienismo de base territorial. En caso de “no corregir las calamidades” que asolan territorios abandonados, se seguirá produciendo “indios y plagas”, aunque también algo más peligroso: las “especulaciones de afuera que siempre vivirán acechando las combinaciones en nuestro daño” (el destacado es de Olascoaga).
Es en este texto que nuestro personaje se explaya con mayor amplitud sobre su idea de población para el desierto. Hablando de los extranjeros, se complace en afirmar que ya no se los puede llamar como tales, puesto que ante un conflicto armado pelearían bajo la bandera argentina, lo cual es señal de su buena incorporación desde los tiempos de Avellaneda.
Al mencionar el norte del país, donde se había desempeñado como perito en límites, Olascoaga alabará a los franciscanos misioneros en Salta que trabajaron con los indígenas y que lamentablemente fueron expulsados de su territorio, antes que por la “barbarie de los indios, por la cultura nepótica de gobiernos que arrebataron a favor de parientes y favoritos los terrenos con cultivos y rancherías, persiguiendo a sus ocupantes” Se queja que Sarmiento desatendió esta cuestión y emite: “en nuestro sistema político vale más su potencia electoral o un pariente que una población que se levanta en el desierto” (destacados del autor).
El empleo de tobas, matacos y chiriguanos para la construcción de un canal entre el Pilcomayo y el Yacuiva logrará una mejora de la geografía así como una “morigeración” de los pueblos indígenas. Estima la cifra necesaria en “8 o 10000 indios”. Aparecen los pueblos originarios en este texto como necesarios y, alternativamente, como el mal menor. Los menciona como “primitivos” y parece confiado en que eso será por poco tiempo, claro está, en caso de que se haga caso a sus intenciones. Olascoaga describe que los “indios sin gobierno” siguen los estímulos de la naturaleza, de donde pueden seguir al bien o al mal. Y entonces es necesario presentarles el ejemplo, ya que cada etnia estará incluida entre los pobladores de las nuevas regiones que la Argentina debe ocupar: las próximas a sus límites. Intenta Olascoaga seducir con descripciones de riqueza de aquellos lugares para poder justificar sus proyectos poblacionales: allí residen “las mejores tierras y situaciones”. Reconoce luego que la “campaña al desierto tuvo también su anexo de males”, que resaltan al contemplar cómo se pobló (o despobló) el nuevo suelo. Aquí es cuando decide proponer el método explícito necesario para otorgar las escrituras a los nuevos pobladores.
El sueño territorial de Olascoaga no se cumplió, pero vestigios de su pensamiento están en el yacimiento íntimo de mentalidades de la seguridad, el gobierno de la naturaleza y la economía de granos.
Se trata a la vez ideas de población de la tierra con colonias que incluyeran indígenas y extranjeros, para ganar la tierra al proyecto de país. Ambas facciones van a conformar una frontera interna, desde la declaración de la guerra hasta el recientemente fundado espacio manicomial –repleto de mestizos y de inmigrantes de ultramar- que encerrará dentro de los muros de la ciudad al núcleo enemigo.
El destino de los proyectos que Olascoaga ideó para el desierto pueden concebirse diversamente como quiméricos, truncos, inconclusos (sobre todo relacionados a lugares específicos de la cordillera de los Andes) y otros, con una ampliación del marco referencial, podemos considerarlos como en vías de realización.
Por Federico Beines